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“Necesitamos preguntarnos cómo se redefine la inteligencia en tiempos de IA”: Marina Garcés

La pensadora española estuvo en México para participar en un seminario y dictar una conferencia magistral, ambos eventos organizados por la UNAM.

  • Redacción AN / HG
04 Oct, 2023 10:55
“Necesitamos preguntarnos cómo se redefine la inteligencia en tiempos de IA”: Marina Garcés
(HG).

Por Héctor González

Para Marina Garcés (1973) el pensamiento y el activismo van de la mano. Filósofa de formación, la escritora catalana considera ambas disciplinas como su “doble escuela”.

Autora de libros como Filosofía inacabada, Nueva ilustración radical, Escuela de aprendices, sostiene que vivimos un periodo de crisis que exige un replanteamiento educativo que se sostenga en la conciencia de que el aprendizaje debe ser en conjunto y con miras a construir nuevas colectividades.

De visita en México para participar en un seminario e impartir una conferencia magistral en la UNAM, Marina Garcés conversó con Aristegui Noticias.

En Cataluña tienes un máster llamado Filosofía para los retos contemporáneos, ¿cuáles son esos retos y cómo abordarlos desde una filosofía cercana al activismo como la que propones?

Este programa me hace mucha ilusión porque se orienta a pensar los problemas de nuestro presente, pero usando el pensamiento crítico, los referentes teóricos y la capacidad para conceptualizarlos. Incluimos tres ejes: retos ambientales, tecnocientíficos y sociopolíticos, todos se cruzan con problemáticas transversales relacionadas con la filosofía contemporánea como son lo social, la diferencia, el sentido y lo real. Abordar estos tres ejes desde estas cuatro perspectivas da una mirada distinta a la de la solución técnica, pero que dialoga muy bien con ese campo.

Con la pandemia pareció haber mayor interés en la filosofía, ¿fue así?

Tengo la sensación de que vivimos en un tiempo paradójico. Las instituciones educativas siguen en la tendencia de restar tiempo y dedicación a las materias menos aplicadas como la filosofía o la literatura, en cambio orientan el currículum hacia competencias solucionistas del saber y el conocimiento. El criterio de cuestionar para qué enseñar a Sócrates si no lo van a utilizar nunca es contraproducente. En contraste, en la sociedad y las instituciones culturales hay una demanda de filosofía, pensamiento y debate, de diferentes maneras y niveles, veo esto sobre todo en la gente más joven. Hoy las redes permiten buscar directamente a interlocutores o lecturas que les ayudan a repensarse desde el presente y no desde un lugar académico. Creo que esta tendencia llegó para quedarse porque no vamos a tiempos mejores, los escenarios se complican y no es verdad que las crisis sean malos tiempos para pensar, cuando la realidad se vuelve amenazante y cambia el sentido de la vida se alimenta la filosofía.

¿Este interés de los jóvenes te genera optimismo hacia el futuro a pesar de que no ves avizoras buenos tiempos?

Sí, tengo mucha esperanza en que hay toda una generación, con matices, con mayor conciencia sobre lo que es la realidad social, política y material de la vida. El estándar que anteriormente se tenía sobre la calidad de vida ha caído para bien y para mal, porque ha implicado violencia social, desigualdad, una caída de derechos, pérdida de ilusiones y expectativas, pero al mismo abre otras maneras de ver cuestiones como el individualismo que se está desalojando de la vida de los más jóvenes. Hoy saben que necesitan ayudarse para sostener nuevas formas colectivas. Vivimos en un planeta finito y nunca como ahora eso había estado en la conciencia global. No me refiero a que todos nos volvamos ecologistas o feministas, pero sí veo un quiebre y un cambio que me hace tender confianza.

¿Crees que ahora las categorías de pensamiento entre Europa y Latinoamérica se han acercado o siguen distanciadas?

Ese encuentro entre registros, lenguajes, vibraciones y problemáticas se está dando de una forma muy rápida respecto a lugares distintos del mundo. Cada vez hay diálogos más resonantes con el pensamiento africano y latinoamericano, y no desde un lugar folclorista o de intercambio cultural. Ahora estamos ante algo más radical e interesante, es una necesidad de escucha y aprendizaje. Ya no hay experiencias parciales del mundo que puedan explicarlo todo, predomina la conciencia de que toda forma de pensamiento está inacabada y necesita de otras para articularse.

¿Qué está pasando con la educación en esta época de redefiniciones?

Las crisis educativas no solo son crisis pedagógicas, sino de civilización, son quiebres del paradigma de lo que cada sociedad concibe como sus expectativas normales. Hoy no sabemos cuáles son y por lo tanto los más pequeños ingresan en la escuela sin que sepan por donde salir, desde luego hay una narrativa promueve el mayor éxito y rédito posible de los estudios, pero esto no resuelve la crisis. Nadie sabe qué hacer con lo que aprende y hacia dónde ir, como no sea sobrevivir y competir mejor. Esto por supuesto no se sostiene en un mundo que hace agua por todos lados. Creo que la escuela, entendida como cualquier lugar donde nos juntamos para aprender, tiene que ser el sitio no solo desde donde resolver esta crisis, sino desde donde la compartamos. ¿Por qué aprendemos lo que aprendemos? ¿Por qué nos juntamos de unas formas y no de otras? Ahí está la posibilidad de convertir esas preguntas en el motivo mismo de la educación.

Parece que la ética o la filosofía están distanciadas de cuestiones cada vez más cotidianas como la Inteligencia Artificial.

Necesitamos preguntarnos cómo se redefine la inteligencia en tiempos de inteligencia artificial. Lo humano siempre se ha definido por nuestra relación con cierto tipo de inteligencia, ya sea el cosmos, el universo o la trascendencia. Cuando colocamos entre nosotros y nuestra experiencia del mundo una mediación tecnológica a la que damos todo el poder, que en realidad es de unas cuantas empresas, estamos ante un engaño y eso es lo peligroso. Necesitamos preguntarnos cómo queremos actuar ante estas herramientas.

Y, ¿queremos hacernos estas preguntas?, tú has dicho que vivimos en una nueva servidumbre voluntaria.

Quizá nos sirve como excusa. Los humanos podemos ser inteligentes, pero también perezosos. Hay un juego de tensiones solapadas, es más fácil pensar en que alguien resolverá la crisis por nosotros, podemos pensar en un dios, una tecnología o cualquier cosa que nos salve de la dura conciencia de que nadie nos salvará de nosotros mismos. Una de las cosas más peligrosas que estamos viendo es el regreso de esquemas de estructura rígidos que plantean las cosas en una forma de tortura o salvación, así pensamos las relaciones o vemos las películas, pero en realidad esto es reduccionista, en una de esas las cosas no acaban ni bien ni mal. La verdadera labor de la educación y la cultura empieza en la posibilidad de hacernos cargo de lo que no sabemos. Lo fundamental es aprender a relacionarnos sin miedo con lo que no sabemos.

En este sentido, ¿cómo entiendes el activismo?

Mi doble escuela han sido el estudio y el activismo, entendido de forma muy creativa. El activismo codificado y cerrado a formas de acción no me interesa. En las últimas dos o tres décadas han surgido nuevas formas de acción, muchas relacionadas con las redes sociales, que nos han permitido conectar experiencias en contextos diversos, pero también de entender que la política no se reduce a lo institucional. El activismo no solo es la voz que exige solución a demandas que deben solucionar quienes monopolizan la política; la política excede y desborda esos espacios, está en donde creamos las condiciones para dar forma a nuestras vidas con otros y otras. El activismo está en todo eso, a veces es invisible y cotidiano.

 

 

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