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‘El mal se refugia en el silencio, en la incapacidad de ponerle nombres a las cosas’: Santiago Roncagliolo |Video

En su novela ‘Y líbranos del mal’, el narrador peruano aborda el tema de la pederastia en la Iglesia católica.

  • Redacción AN / HG
06 Jun, 2021 03:16
‘El mal se refugia en el silencio, en la incapacidad de ponerle nombres a las cosas’: Santiago Roncagliolo |Video
(Planeta).

Por Héctor González

El velo para encubrir los casos de pederastia al interior de la Iglesia Católica aún es grande, tan es así que el peruano Santiago Roncagliolo (1977) decidió dar a conocer una carta dirigida a Carlos Slim para solicitarle que no se niegue a vender su nueva novela Y líbranos del mal (Seix Barral) en Sanborns.

“Esta semana, durante el lanzamiento de mi nueva novela Y líbranos del mal, recibí repetidas quejas de mis lectores mexicanos, que no la encontraban en la cadena de librerías Sanborns, propiedad de usted. Trasladé dichas quejas a la editorial. Y esta me respondió que es política de su cadena rechazar cualquier libro que hable de los abusos sexuales al interior de la Iglesia católica”, denunció en el narrador en su mensaje.

A través de su carta, el peruano exhortó al empresario a “que no sea un aliado del silencio” y deje que sean los lectores que decidan sobre qué temas desean, o no, reflexionar.

Y es que, en su nueva novela, Santiago Roncagliolo aborda el escándalo que involucró al grupo Sodalicio de la Vida Cristiana en casos de abuso sexual a menores en Perú. La historia inicia cuando Jimmy regresa a su país. A su vuelta descubre que su padre, Sebastián estuvo presuntamente involucrado en casos de pederastia.

Escrita en tono de thriller, la obra, advierte el autor en entrevista, muestra que “el mal se refugia en el silencio, en la incapacidad de ponerle nombres a las cosas, de señalar y denunciar”.

En Y líbranos del mal tiene coinciden tu interés por lo monstruoso y el universo infantil, ¿no?

Sí, colaboro con una institución que hace trabajo en cárceles y siempre me impresiona que ahí todo mundo cree que es bueno. Todos están convencidos de que lo que hicieron es culpa del sistema, de otra banda o de su padre que les pegaba. ¿Cómo es que si todos nos consideramos buenos ocurren cosas malas? Me parece un gran desafío filosófico esa pregunta. Además pensamos que los buenos somos nosotros y los demás los malos. Es absurdo e infantil, pero necesitamos esa visión para orientarnos moralmente. No obstante, a través de mis historias procuro dinamitar esa idea y mostrar que una víctima puede ser también victimaria. Me interesa indagar cómo se construye la telaraña del mal a partir de cosas que todos llevamos dentro y que el lector se pregunte ‘¿yo habría podido hacer eso?’

Precisamente usas la representación de algo que en principio es bondadoso como la religión para hablar del mal.

Sebastián encuentra una misión en este grupo religioso. Se siente parte de una elite que puede cambiar el mundo. Sin embargo, para llegar a escalar tiene que hacer pruebas que someten su voluntad. Al interior del grupo no se habla de sexo a pesar de que hay relaciones sexuales y son profundamente homófobos. El mal se refugia en el silencio, en la incapacidad de ponerle nombres a las cosas, de señalar y denunciar. Sebastián no sabe cómo se llama el abuso que sufre y por tanto no lo reconoce como tal.

Estudiaste en escuelas religiosas y católicas. ¿Conocer este tipo de historias supuso una tensión con tu fe?

Dentro de los escritores que conozco yo soy relativamente “el religioso”. No soy de ir a misa los domingos, pero sí creo en la trascendencia. Vivo en España pero vengo de una familia peruana de católicos y de izquierda, lo cual aquí parece incomprensible. Tengo un respeto por la fe y lo que representa para una persona. Dentro de mi familia ocurrió un caso de abuso vinculado con una congregación religiosa. Incluso conozco periodistas que lo investigaron. Fue bastante brutal y sostenido en el tiempo. Me sorprende cómo es que no nos dimos cuenta. Cómo nadie fue capaz de decir nada sobre las atrocidades que ocurrieron. El daño que sufre Sebastián implica al colegio, a sus padres y a sus compañeros quienes siguen necesitando creer que su infancia fue idílica. Hay una culpa social en estos temas vinculada al silencio y que nos hace cómplices a todos.

Casos de pederastia sacerdotal los hemos visto en México, Chile, Perú. ¿En qué momento se normaliza esta culpa y en qué momento la superamos?

En mi colegio había un cura bastante mano larga. Si ibas por una pelota o por un juego de ajedrez necesitabas pasar un rato por sus rodillas y manos. No era un secreto, era un viejo con la libido desviada, pero nadie consideraba que fuera algo que ocultar porque lo queríamos y él nos quería. ¿Cómo vas a pensar que alguien que te quiere es capaz de lastimarte? Hoy sabemos que el abuso es precisamente el mal que te ocasiona alguien que según te quiere. Muchos años después comencé a ver las denuncias en Boston, España o México y comprendí que eso no estaba bien. Hizo falta empezar a hablar del tema para entender que estaba mal y era dañino. Hizo falta romper el silencio y justo mis libros tratan de rasgar silencios y hablar de cosas oscuras.

¿A la luz del tiempo tus compañeros o tú comentaron alguna situación de abuso dentro de tu escuela?

Alguna vez mencioné en una columna a este cura cuyo enjuague bucal aún recuerdo y me impactó la feroz reacción, no del colegio ni de la congregación religiosa sino de mis ex compañeros. Ardieron en las redes sociales en contra mía por el supuesto daño que yo hacía al colegio y a dios. Entendí que si decía la verdad alteraba la visión de que habían crecido en un lugar normal, bueno y hermoso. Ahí comprendí cuán compartida está la culpa social. Sucede lo mismo cuando hay abusos al interior de una familia y se toleran.

Y la culpa está muy ligada a la religión y a la católica particularmente.

La culpa es excelente para las novelas. Creo que a los escritores nos vendría ser católicos porque todas nuestras culpas son material de trabajo. Es un motor que nos mueve a silenciarnos o a silenciar a los demás.

Adviertes en el libro que cambiaste todos los nombres para evitar hacer daño y posiblemente para no sentir culpa.

Detesto que una novela tenga una moraleja o una lección. Quiero que el lector viva con los personajes y pasee fuera de sí mismo por eso me interesan los momentos dramáticos y oscuros de la sociedad. Me interesa el terrorismo, las sectas y los odios. Es fácil entender porqué alguien es bueno, pero me parece más atractivo hablar de por qué alguien mata u odia. Más que la denuncia procuro que el lector se cuestione si sería capaz de hacer lo mismo. La denuncia es importante pero para eso está el periodismo.

¿Entiendes mejor a un personaje como Sebastián a partir de esta novela?

De hecho, es difícil decir si Sebastián es víctima o victimario. Algo interesante es que muchas de las víctimas son chicos que buscan un modelo paterno y estas organizaciones se los ofrecen. Cuando se producen los abusos las víctimas son ascendidas para que estén tranquilas y contentas, es entonces cuando empiezan a repetir los modelos. Hay muchos factores en esta pesadilla y la novela busca recuperar esa complejidad.

Hablas de que muchas de las víctimas tienen patrones paternos débiles, pero ¿cómo cuidar el relato para no caer en la generalización ni en el victimismo fácil?

El trabajo de un narrador no es juzgar, sino hacer una historia que motive a que dos lectores discutan. Al hacerlo hablan de cosas complejas y oscuras. Como escritor me interesa activar el pensamiento y las emociones sobre ciertos pensamientos o situaciones. Si buscas dar una lección ofrecerás una mala novela. La literatura es el reflejo de lo difícil que somos de resumir.

¿Qué se movió al interior de tu relación con la Iglesia a partir de Y líbranos del mal?

Ser pederasta no es ser precisamente católico. Sin duda me reafirmó en la idea de que el contacto con lo trascendente es muy personal. Ocurre en ciertas regiones de tu cerebro y corazón. Si entregas la representación de dios a un tercero, como le ocurre a Sebastián, le entregas un poder infinito sobre ti y no quiero que eso le ocurra ni a mí, ni a mis hijos ni a nadie a quien conozca.