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‘La Falla’, un retrato de la educación rural y las infancias

La directora de cine documental, Alana Simões, habla sobre la realización de esta pieza que se estrenará en cines mexicanos el 15 de mayo.

  • Redacción AN / HG
09 May, 2025 11:54
‘La Falla’, un retrato de la educación rural y las infancias

Por Estefania Ibañez

Todo comenzó cuando la directora de cine documental, Alana Simões, se relacionó —con la intención de colaborar— con Celeste, estudiante normalista. El objetivo era trabajar con su vocación y perspectiva focalizada en la formación de niños “en un contexto tan violento y tan roto” como el que se vive en México, sólo que la pandemia por Covid-19 cambió los planes.

Años después se reencontraron. La directora se reunió con Celeste, ahora como maestra, en su aula ubicada en una escuela primaria rural de Jalisco, atmósfera idónea para que la cineasta revelara el significado de la vocación de los profesores de primaria marcados por el Coronavirus, la forma en que los adultos muestran el mundo a las infancias y las fallas sistémicas en la educación pública.

Con ese impulso e historial nació el documental La Falla (2024), que se estrenará en los cines mexicanos el 15 de mayo y que tuvo su primera aparición en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) 2024. Además fue distinguido con Mención Honorífica en la categoría Mejor Documental Mexicano en el 28 Premio José Rovirosa de la UNAM e incluido en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de la Habana y en el Sguardi Altrove Women’s International Film Festival, Italia.

La obra audiovisual de 80 minutos narra la relación que tienen 24 alumnos de segundo grado con su profesora Celeste, quien en un anuncio inesperado, les explica que debe despedirse porque fue transferida a otra institución, por lo que sólo tienen un mes más para convivir.

Los menores experimentan un recorrido emocional mediante el que desprenden sin reserva las temáticas que hacen eco en sus vidas, ejemplo de ello es el significado de la familia, la migración paterna y la violencia de género y social. En paralelo, la cinta denuncia uno de los mayores desafíos en la enseñanza pública: el retraso ocasionado por la emergencia sanitaria.

Las voces alrededor de las infancias

La maestra en Filosofía por el 17, Instituto de Estudios Críticos, habla de cómo afrontó las diálogos que surgieron a través del trabajo con los estudiantes que rondan los ocho años.

“Cuando me di cuenta de que esa realidad de México permeaba el salón de estos chiquillos, ahí fue que decidí, junto a Celeste, hacer un guion. Agarré el libro de segundo de primaria que les da la SEP, para ver qué contenidos les daban e hice una selección en donde yo creía que estaba este pequeño detonador de cosas más generales”, explica.

Aun cuando se desarrolló una recopilación de contenidos, para Alana y su equipo fue necesario no seguir el estricto orden y respetar los procesos de los alumnos.

“Esa flexibilidad sí la teníamos, pero había unos temas que detonaban y lo que fue increíble es ver cómo todos esos temas tan medulares tenían una resonancia afuera, porque sus familias lo vivían, ya no era la migración en genérico, era que no hay papás, es un pueblo donde no hay papás porque están migrando. Eso es fuerte”, comenta la directora.

Los protagónicos que desempeñaron los niños y las niñas surgió con mucha naturalidad, debido a que se sintieron en total comodidad y con seguridad.

Los niños necesitan mucho que los vean y que los escuchen. En cuanto pusimos una cámara y un equipo de gente los empezó a escuchar y a ver, todo lo contrario al bloqueo, empezaron a surgir verdaderas cosas que les atormentaban, por ejemplo, Iker se volvió el niño que iba a llamar la atención y Kanon era la que quería todo el tiempo saberlo todo.

“Empezaron con sus personalidades y lo que sí hicimos como cineastas, es que cuando detectamos eso, los pusimos estratégicamente en el salón, al tiro de cámara más visible, les pusimos un micrófono desde que entraban a la escuela, hasta que salían”, comparte.

Entre los distintivos del documental sobresalen imágenes captadas por los alumnos, mismas que dejaron ver su curiosidad e imaginación relacionadas con lo que sucede a su alrededor, además delataron su forma de relacionarse y sus valores, como la amistad, la solidaridad y la empatía.

“Fue una tarea que se convirtió también en un dispositivo de sentirnos un poquito horizontales con ellos, ellos estaban con su cámara hacia nosotros, nosotros hacia ellos y eso también les produjo esa sensación de decir ‘aquí todos estamos haciendo una película’”, afirma la realizadora.

La ética y la sensibilidad jugaron un rol indispensable en la elaboración de la obra: “Estuvimos seis meses trabajando con las mamás, incluso con un psicólogo infantil, además de las autoridades, porque ya tengo experiencia haciendo pelís con niños en mi anterior largometraje (Mi hermano, 2018) y a veces en los niños parece que está todo bien, porque no tienen esa facilidad de metabolizar lo que está pasando, pero quizás luego en sus casas empiezan a tener preguntas en la noche, cosas que alteran un poco”, enfatiza.

Unir esfuerzos con los docentes

Alana, quien también forma parte del cuerpo académico de la Universidad Jesuita de Guadalajara (ITESO), confiesa que vivió su infancia en otras circunstancias, por lo que el trabajo desarrollado le generó diferentes emociones.

“Mi infancia fue de ciudad, de estas escuelas activas, en las burbujas intelectuales de la Ciudad de México, no eran estos contextos. A mí lo que me conmovió profundamente es eso, es que a veces uno está pensando en la educación nada más desde este punto de vista intelectual y la educación en México, hoy por hoy, tiene que ver mucho con resistir y protegerlos de lo que está afuera”, advierte.

Parte de la esencia del documental es crear consciencia respecto al trabajo y los desafíos de las instituciones, no obstante, también plantea la importancia de apreciar el mérito y reforzar las herramientas de quienes dirigen las clases.

“Creo que no preparamos tanto a los maestros para ser psicólogos, para ser continentes de los chiquillos, que es lo que verdaderamente hacen, obviamente más allá de toda la parte académica. Eso es rudo porque pierden mucha energía, es muy fuerte para ellos, de repente tener ese contacto con el dolor sin poder actuar a veces o tener que mediar”, comenta la directora.

Aunque las fallas sistémicas que se exploran en el documental son adjudicadas a las escuelas y a las familias, la directora también invita a la sociedad a no permanecer ajena y mostrar mayor empatía.

“Primero es darles a los maestros este valor y que creo que no tenemos a veces tan consciente; y probablemente pensar en los que no tenemos hijos, muchas veces nuestra aportación puede ser justamente a los que sí los tienen, como en esta cadena en la que somos más tribu y no pensar tanto ‘en mi hijo, tu hijo, sino en qué vamos a hacer con estos chiquillos’, porque, es un cliché, pero sí son el futuro, sí son en quienes nos tenemos que ocupar porque son los que van a tomar las decisiones”, afirma.

A través de La Falla, la directora reconoce las grietas sociales, sólo que también ofrece la oportunidad a los espectadores de generar sus propias conclusiones e incluso de mostrar más interés en la protección y bienestar de las infancias.

“Siento que a pesar de que se repite mucho esa frase de que los niños son el futuro del mañana, los tenemos bastante abandonados en general, porque esto es una espiral que no para, no se está logrando frenar esta violencia ya muy sistémica”, concluye Alana Simões.

 

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