¿Cómo están nuestras aves?: una guía para científicos y monitores comunitarios que buscan proteger la biodiversidad | Mongabay 
Las comunidades rurales e indígenas desempeñan un papel clave en la documentación del estado de conservación de las aves a través del monitoreo biológico comunitario.

Por Astrid Arellano
Mongabay Latam
Muchas aves podrían estar en riesgo sin que lo sepamos. Sin datos sólidos sobre el estado de conservación de sus poblaciones, es difícil protegerlas de forma efectiva. El monitoreo biológico es clave para comprender su situación y hoy las comunidades rurales e indígenas son actores fundamentales en este esfuerzo alrededor del mundo.
En este contexto, surge en México ¿Cómo están nuestras aves?, una guía participativa para el desarrollo de proyectos de monitoreo comunitario para estas especies, cuyo propósito es acompañar un proceso colectivo de aprendizaje desde los territorios.
“En el corazón de la guía está el no dar a la gente las respuestas, sino ayudar a encontrarlas a través de la participación social”, dice el biólogo Rubén Ortega-Álvarez, investigador adscrito al Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A.C. (CIAD), en Colima.
Ortega-Álvarez y el ornitólogo Rafael Calderón-Parra, coautor de la guía, han trabajado por más de una década en proyectos de monitoreo comunitario en México, Centroamérica y Sudamérica. A lo largo de ese tiempo, recogieron aprendizajes y aciertos, a la vez que identificaron vacíos y limitaciones comunes entre proyectos, los cuales finalmente plasmaron en la guía para “poder facilitarle el tránsito a otros proyectos, con la idea de que jalemos todos juntos, que la gente no tenga que ir tropezando con las mismas piedras y pueda hacer esfuerzos más efectivos”, sostiene Calderón-Parra.
La guía propone actividades dirigidas a quienes coordinan o impulsan proyectos de monitoreo comunitario de aves, con el doble objetivo de acercar este conocimiento y apreciación de las especies a personas sin formación profesional y, al mismo tiempo, potenciar los saberes tradicionales de las comunidades.
“Muchas de las comunidades tienen una tradición longeva de manejo y de acercamiento a sus recursos naturales, específicamente de las aves. En algunas comunidades hay procesos de pérdida de conocimiento tradicional, pero aún así el contacto que tienen con la naturaleza es mucho mayor al de las comunidades urbanas y creo que también es una diferencia clave en el trabajo comunitario”, explica Ortega-Álvarez.
Una guía para reflexionar
“¿Por cuánto tiempo queremos desarrollar el proyecto? ¿Por qué queremos monitorear aves? ¿Qué preguntas queremos responder a través del monitoreo? ¿Qué queremos alcanzar tras la culminación del monitoreo?”, son algunas de las preguntas iniciales que la guía plantea para la reflexión de los grupos comunitarios.
La guía está pensada para adaptarse a las necesidades de cada comunidad. Su estructura flexible permite consultar los contenidos según los intereses del grupo, sin seguir un orden rígido. Muchas de las actividades, señalan sus autores, están diseñadas para promover el trabajo en equipo y abrir espacios de reflexión colectiva.
“No necesariamente tienes que leerla o aplicarla toda, sino que puede ayudarte a atender los vacíos que estés detectando en tus proyectos. Va más allá de identificar aves o de utilizar binoculares: es como una carta abierta donde cada quien puede decidir qué utilizar, qué le hace falta o de qué secciones puede prescindir”, sostiene Rubén Ortega-Álvarez.
Ser monitor comunitario implica identificar, registrar y hacer un muestreo sistemático de aves silvestres, en un rol que puede ser asumido sin distinción por mujeres y hombres. Pero detrás de cada proyecto también hay una labor igualmente crucial: la coordinación. Desde organizar muestreos y convocar reuniones hasta gestionar recursos, facilitar decisiones colectivas y planear actividades sociales, son tareas para las que, muchas veces, se requiere del esfuerzo de más de una persona.
Según la guía, un proyecto de monitoreo comunitario puede generar múltiples beneficios para quienes participan y para su propia comunidad. Sin embargo, no basta con ponerlo en marcha: requiere de acompañamiento constante y adecuado para consolidarse. De lo contrario, un proceso inconcluso puede generar frustración, descontento e incluso conflictos sociales que afecten la aceptación de futuros proyectos de conservación.
“En muchos proyectos llega alguien externo e impone ciertos objetivos preestablecidos y la colaboración de la comunidad se remite a ser colectores de la información. Con este tipo de procesos, muchas veces, pasa que los proyectos no tienen éxito y no permanecen en el tiempo, cuando debería ser un proceso más autónomo para que la comunidad se lo apropie”, comenta Rafael Calderón-Parra.
Esto no significa que las comunidades deban asumir solas la tarea de conservar la biodiversidad. Para que los procesos de monitoreo y conservación sean sostenibles se requiere del trabajo conjunto con organizaciones de la sociedad civil, instituciones académicas, gobiernos e individuos que puedan aportar asesoría académica, recursos financieros —no sólo para sostener el proyecto sino para contribuir a la economía de los monitores— y a generar políticas públicas en favor de las comunidades, sus territorios y la biodiversidad.
“Una gran superficie del territorio, que es importante desde la perspectiva biológica y de conservación, está en manos de comunidades rurales e indígenas en Latinoamérica e incluso a nivel mundial. Es importante colaborar con ellos para desarrollar estrategias de conservación en estos espacios, así como brindar herramientas y protocolos para que tengan injerencia en el estudio y en la conservación de las aves”, describe Ortega-Álvarez.
Ver más allá de las aves
Aunque podría parecer que todo debería girar en torno a las aves, los autores de la guía advierten que éstas son solo parte del rompecabezas. El éxito de una iniciativa comunitaria depende también de la inclusión de los líderes comunitarios que toman decisiones y otorgan permisos para los muestreos, del conocimiento valioso que aporta la gente mayor a las generaciones más jóvenes, e incluso de la energía de las infancias.
“Las niñas y los niños son justamente quienes van a recibir en sus manos esta obligación de continuar los proyectos”, agrega Ortega-Álvarez. “Buscamos ver más allá de las aves, ver más allá de los monitores e intentar que la gente vea esto como un proyecto comunitario a mayor escala”, dice el biólogo. En ese sentido, se busca lograr el fortalecimiento del tejido social no solo desde el interior de las comunidades, sino también a través de encuentros y reuniones donde puedan convivir y compartir experiencias con otras comunidades fuera de su territorio.
Rafael Calderón-Parra afirma: “Esto puede ser un primer paso para que, de manera colectiva, vayamos construyendo algo que pueda ser útil a otros que vienen detrás, para ir incrementando las posibilidades de éxito para muchos de estos proyectos tanto en la parte social, como en la parte biológica, teniendo en cuenta que son sistemas socioecológicos, en los que necesitamos tomar en cuenta todo de manera integral”.
La guía, ante todo, busca ser un mensaje de aliento, concluyen los autores. Lejos de ser un texto técnico, nace como un impulso de esperanza. Enfrentadas a contextos complejos, conflictos profundos y dificultades cotidianas, las comunidades demuestran una y otra vez que es posible superar obstáculos y limitantes para fortalecer su tejido social y defender la naturaleza.
“Creo que lo más bonito es cuando uno empieza a detectar el impacto positivo de los proyectos en las comunidades, porque tenemos la oportunidad de intentar hacer un bien al ambiente, pero también a las comunidades, a la sociedad. Es muy gratificante cuando empezamos a ver los frutos de los proyectos”, concluye Rubén Ortega-Álvarez.
REFERENCIA
Ortega-Álvarez, R. y Calderón-Parra, R. 2023. ¿Cómo están nuestras aves? Guía participativa para el establecimiento y desarrollo de proyectos de monitoreo comunitario. CEIBAAS-Colima, CONAHCYT. México.
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