‘Puro cuento’ y realidad con Hernán Casciari
El autor argentino visitó la Ciudad de México para contar en vivo historias de su niñez, adolescencia y adultez
- Redacción AN / HG

Por Estefania Ibañez
Hagamos un ejercicio. Transportémonos al ocho de noviembre a las 19:00 horas. Si no conoce o si conoce el Foro Experimental José Luis Ibáñez (de la Facultad de Filosofía y Letras/Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la UNAM), sitúese ahí e igualmente imagine una sala con su gradería principal de 235 localidades ocupada en 100%. Ese porcentaje está transformado en “solitarios en compañía”; muchachos que acudieron en comitiva; parejas y familias, incluyendo niños, todos con el mismo objetivo de ser testigos, por primera vez en la ciudad, del recital Puro Cuento, del creativo Hernán Casciari.
En el lugar se escuchan los ecos de conversaciones: los que se conocen hablan entre sí; otros aprovechan los minutos previos para charlar por teléfono, y algunos, envían mensajes a través de sus dispositivos móviles. Las escenas se interrumpen por una cortinilla de radio y una voz femenina que pide que cuando el autor se plante en el escenario “aplaudan como si estuviera entrando un príncipe”. Y así es recibido el originario de Mercedes, Buenos Aires, entre aplausos, ovaciones y chiflidos, los que retribuye con una placentera sonrisa, seguida de agradecimiento hacia la institución que lo arropa y hacia sus seguidores.
Vestido con una playera negra que hace tributo a la novela 1984 de George Orwell; pantalón y tenis del mismo color, Hernán se interesa en saber quiénes se congregan con él, con la intención de cerciorarse de las palabras que empleará en su recital: si en el sitio hay más paisanos, se lanza de lleno con modismos argentinos, de lo contrario, utiliza un lenguaje neutro, con el que todos conecten.
En esta ocasión pide que aplaudan todos los argentinos y como respuesta tiene una liviana, pero muy sentida lluvia de aplausos; después, solicita que aplaudan “todos los que no son argentinos”, mismos que replican con un oleaje de palmoteos por igual emocionantes.
Pregunta al auditorio con qué cuento le gustaría que empiece la velada de una hora y media. Del público se oyen gritos: “Basdala” y “A veces es Finlandia”. Al escuchar el segundo, Hernán ríe y dice “pero no podemos empezar por ahí” (es un relato de autoficción, basado en una situación personal, en el que plantea la posibilidad un mundo alterno a manera de escape).
Primera vez en México contando historias
Finalmente se decanta por “Canelones”. Se pone cómodo en la silla de tela roja con armazón negra, misma que está detrás de una mesa cubierta por un mantel institucional. Sobre ella tan sólo hay una laptop, un trío de libros y una botella con agua. Con esos elementos como apoyo, el autor enamora a su público gracias a una dramatización verbal y física a su estilo: con bastante buen humor.
La historia con la que comienza es de su niñez, aunque la cúspide del relato surgió en 1988, cuando él y su mejor amigo, Chiri, eran expertos en bromas telefónicas. Podían hacer con los receptores lo que les daba la gana, eran deidades de las mofas al teléfono. Una noche, solos en casa de Hernán, competían por el título de quien podía retener por más tiempo a una persona, pasara lo que pasara. El límite lo impuso Chiri, al marcar “desde una tintorería” y charlar durante 17 minutos y doce segundos con una señora. Hernán aceptó el desafío y lo demás es una crónica que genera sensaciones contradictorias: la víctima de esa llamada con la que pusieron fin absoluto al pasatiempo, fue una anciana que hacía tiempo no hablaba con su hijo Daniel (estaban distanciados) y de quien Hernán se hizo pasar.
El autor continúa con la narración de “Basdala”, una aventura que surgió en el auge de los blogs, justo hace 20 años. En esa época Hernán vivía en Barcelona, España, y escribió vía internet su primera novela haciéndose pasar por Mirta Bertotti, una ama de casa mercedina de 52 años, que plasmaba en “cuaderno digital” recuerdos de su adolescencia. Por la forma de transmitir su pasado, Mirta, creó una comunidad de lectores que comentaban el blog y le mandaban correos electrónicos, especialmente le tuvo cariño a uno, cuyo pseudónimo era “Basdala” y quien dejaba comentarios muy propios. De la noche a la mañana “Basdala” dejó de comunicarse. Al paso de un mes y de forma inesperada se volvió a saber de él, aportando este un giro bufonesco a la trama.
La siguiente historia es “El mejor infarto de mi vida”, nombre con el que tituló su séptimo libro de relatos de la Colección Casciari. La anécdota retrata el día en que, a la edad de 44, en Montevideo, Uruguay, Hernán casi fallece por un infarto al miocardio y comparte con detalles sus sentimientos al experimentar esa condición. A la par hace un homenaje a Julieta, su pareja de entonces, y al matrimonio de uruguayos con los que vivió una odisea previa a llegar al hospital donde le salvaron la vida.
El recital finaliza con “Primera noche en Buenos Aires”, que es un ciclo de sucesos que transcurrió en 24 horas cuando Hernán y Chiri a los 18 años se instalan en la casa de una mujer llamada Tita, en Buenos Aires, en medio de la hiperinflación en su país natal. A través de los acontecimientos, Hernán muestra el hambre por conocer que sólo se experimenta en el inicio de la juventud; la inexperiencia al emprender aventuras en una urbe y los sueños y retos que a partir de la adultez sortean los seres humanos.
Apenas termina de compartir su última anécdota, el público lo sumerge en una “candente” marea de aplausos. Y el creativo de Mercedes se despide agradecido aludiendo a la inauguración de su recital en tierra mexicana: “Nunca se olviden de que nosotros fuimos los primeros”.
Hernán a través de los años
En todo momento Hernán se muestra afable con su público, con esa misma energía charlamos al respecto de la comicidad en sus relatos y su forma de manifestarlos; de lo que significó conocer la música de Charly García y su cara como consumidor.
Hernán no tiene un guion fijo, naturalmente cuenta las experiencias con toques de comedia, aunque las situaciones que expone no fueron precisamente graciosas.
“Creo que es la única manera que tengo de hacerlo. No es que llegué a ese resultado buscándolo, tengo la sensación de que no podría hacerlo de otra manera. No escribo comedia, ni tampoco soy comediante, ni lo que hago es cómico, cosa que muchas veces es una sorpresa. Sí, hay pasos de comedia todo el tiempo y generalmente mis cuentos tienen un poco y un poco. Una búsqueda mía muy precisa es —porque me gusta que me ocurra como espectador— cuando estás muy conmovido con algo que está pasando, te tira un chiste y te ríes sobre el llanto. A mí me gusta mucho cuando me pasa eso como espectador, entonces trato de buscarlo”, explica el autor de El pibe que arruinaba las fotos (2010).
Hernán es cincuagenario y en este punto de la vida le encantan el tango, la bossa nova y la música brasileña: Caetano Veloso y Gilberto Gil, le hacen compañía en los viajes. Pero en su temprana adolescencia, sus jóvenes tías, a las que se refería como primas, Laura y Marisel, lo introdujeron al universo de Charly García, y sí, ahí comenzó otra revolución para el argentino.
Ciertos discos del ícono roquero de Buenos Aires, le generan recuerdos particulares. De Clics modernos menciona que fue una novedad escucharlo: “fue el paso entre el disco Yendo de la cama al living (1982) y Clics modernos (1983), en ese año me fanaticé con Charly y empecé a escuchar todo para atrás. Fue mi primer disco contemporáneo, de escucharlo por primera vez. Me fascinó.
Un año antes de que se publicara Cómo conseguir chicas (1989) Hernán ya había dejado la secundaria y entró en otra faceta: “me mudé a Buenos Aires y empecé a trabajar, entonces cuando uno empieza a trabajar, o por lo menos a mí me ha pasado, que la música pasó a un segundo plano o por lo menos no fue tan bestia, porque no podía parar de escuchar música antes de eso, pero me gusta mucho también, es un disco muy funky, muy lindo.
El inicio de la década del noventa correspondió con el cierre del fervor por Charly García: “después de eso ya no fui una persona que me desesperaba por la salida de un disco, de ahí en adelante dejó de ser mi fanatismo absoluto. Fueron Yendo de la cama al living, Clics Modernos, Piano Bar (1984), Parte de la religión (1987) y Filosofía barata y zapatos de goma (1990), y hasta ahí llegué, después si tiene discos para adelante, posiblemente no los reconozca tanto”, asegura.
“Le tengo miedo a la vejez como consumidor”
Como creativo Hernán se siente satisfecho con lo que hasta ahora ha propuesto al mundo, respecto a sus preferencias por el arte es diferente. Antes le interesaba una búsqueda más precisa de música y de audiovisuales, ahora cree tener predilección por lo clásico.
“Sé o sospecho o aspiro a que las cosas que ya escribí me defiendan siempre, no me hace falta escribir hoy. No tengo un problema de obsolescencia como creador, ahora, como consumidor, sí. Como consumidor siento cada vez con más fuerza que entiendo menos, quiero no convertirme en esos viejos que dicen ‘ah, pero antes era mejor’, pero cada vez me cuesta un poco más”, dice el creador de Una playlist de 125 cuentos (2023).
La inclinación por lo que se hacía en el pasado surgió a raíz de que no logra vincularse con lo moderno.
“Empiezo a perder la curiosidad que se necesita para estar escuchando determinada música hasta encontrarle el porqué, y empiezo a hacer esas cosas espantosas que son preguntarle a mi hija de 20 ‘por qué está bueno esto, por qué te gusta’, porque no entiendo, dejo de entender y eso me entristece un poco”, finaliza Hernán Casciari.







