Lecciones para la Observación Oblicua, un texto de Mario Bellatin
Con autorización del autor, reproducimos el texto que leyó durante la presentación de la novela ‘Lecciones de Gramática para escribir una nota suicida’, de Ilallalí Hernández.
- Redacción AN / HG

Basta de imaginación. Durante décadas. Siglos se ha pensando en una creatividad mal entendida como eje del ejercicio literario. Esta idea, de alguna manera, ha dejado la observación como herramienta necesaria. En Lecciones de Gramática para escribir una nota suicida (Salto de página) acudimos a una verdadera exposición maestra de lo que un observador privilegiado puede conseguir. Traspasar, a partir de un discurrir en apariencia pausado y cotidiano, los límites entre vida y muerte. Habitar en simultáneo distintos planos de la realidad. En especial los que según nuestra cultura delimita el borde definitivo. La línea que divide el misterio de sabernos, o creernos, pertenecer al mundo de los vivos.
Con un lenguaje impecable. Con una falsa sencillez, conseguir un lenguaje que se presente como invisible es una de las proezas más arduas a las que se suele enfrentar un autor, Ilallalí Hernández nos trae una voz narrativa que nos convence desde un principio que lo mal está bien, y viceversa que lo que aparece como nocivo es beneficioso. ¿Será quizá la pulcritud, el tono neutro? ¿La distancia con la que el personaje va enumerando los sucesos lo que nos llevan a pensar que el universo que va configurando contiene cierta sensatez? Todo está mal planteado en esta cotidianeidad que se nos presenta prístina. Accesible. Aspiracional. Los logros que nos impone la sociedad para ser considerados triunfadores parecen encontrarse todos en su lugar. Claro que existen pequeños incidentes. Ciertas muertes, que al final de cuentas son asumidas también dentro de las reglas de exquisitez social establecidas por ese orden.
Pese a esas pequeñas distracciones ¿A quién no se le ha muerto alguien cuando menos se le espera? El devenir de lo establecido parece imponerse para constituir una sociedad perfecta. A la que todo ser urbano y moderno debe aspirar. Pero la maestría de la mirada gélida de la autora nos demuestra, de manera sutil, que todo no es más que un espejismo. Todos los personajes están mal en este libro. Quiero decir, están tan perfectamente diseñados que confunden al lector dentro de un deber ser. Desde los intereses de los padres muertos de manera trágica. Sus vidas, regida alrededor de una fábrica de ropa interior, las avaras relaciones de herencia de familia. La terapia con la tanatólga.
Pero Ilallalí nos demuestra un doble juego a través del cual los lectores creemos que esa primera voz narrativa es la que transporta la cordura de las cosas. Y en realidad representa el buen pensar. En la práctica de su vida cotidiana pasa por alto lo que esté libro nos obliga a detenernos. Aparte de la malentendida relación entre vida y muerte -representada quizá tanto por el accidente de los padres como por el suicidio de la analista argentina, quien no pudo resolver en su vida problemas básicos de existencia-. La voz narrativa en este libro me hace recordar a la seriedad presente en todas y cada una de las escenas de Buster Keaton. El que se debe reír es el espectador y no el actor. En este caso el lector y no el escritor.
Los apuntes de la Psicoanalista no abren muchos caminos, sino que nos demuestran su inutilidad. Imposible no hacer un paralelo entre la alta ciencia del psicoanálisis con el coach barato que propone la tanatóloga. En ese paralelo que se va creando en la narración las obviedades de la tanatóloga son las que van siendo efectivas. Pequeños guiños. Como el libro a medio leer o recién descubierto, La Psicopatología de la Vida Cotidiana, una lectura por la que ha pasado cualquier principiante no de psicología sino de alguna carrera de humanidades. La mirada condescendiente de la voz narrativa. Que nunca pone en tela de juicio el estado casi de esclavitud de la nana. El supuesto amor que siente por el hijo, a quien considera casi como un hermano migrante. Su interacción con los locos de la calle. Su relación absurda, que da comienzo en la sección delicatessen de un supermercado.
Un vínculo sin sentido. Salvo el de espiar el diario de una psicoanalista. De una profesional que fue construyendo su propio callejón sin salida. Pareciera que la voz narrativa fuera construyendo un espacio donde el suicidio no tuviera lugar. Las lecciones de gramática para escribir una nota suicida. Ni Michael, ni Susy, ni André, ni la Nana, ni el señor Pascual. Ni el tío ambicioso, los personajes Vivos que parecen estar más muertos que las presencias vivas de los muertos, la vida. ¿Qué es la vida si nos atenemos a este vacuo devenir? Vidas hechas de fibras naturales que mantienen la frescura, ajuste Perfecto y costuras reforzadas pero sutiles, sólo para garantizar su durabilidad. Vidas de colores y diseños de temporada que combinan con lo que se debe hacer, porque todos necesitamos tener una vida a partir de la cual urdir la trama de un suicidio. En este caso colectivo.
*Texto leído durante la presentación de Lecciones de Gramática para escribir una nota suicida, de Ilallalí Hernández, realizada el martes 11 de marzo en la librería Gandhi Mauricio Achar.






