“El true crime necesita un enfoque distinto al que ha mantenido tradicionalmente”: Bernardo Esquinca
El escritor recupera el caso de Gregorio Cárdenas para reflexionar sobre el origen de la violencia feminicida en el presente.
- Redacción AN / HG

Por Héctor González
Entre agosto y septiembre de 1942, Gregorio Cárdenas se ganó el mote del “Estrangulador de Tacuba”. Alrededor de su historia se han realizado libros, películas e investigaciones, la mayoría coinciden en ubicarlo como uno de los asesinos en serie más importantes de México.
Bernardo Esquinca (Guadalajara, 1972), escritor experimentado en el género de la novela negra y el thriller, sostiene que el criminal marcó un antes y después en el desarrollo de la violencia feminicida nacional de ahí su interés por abordarlo en La región crepuscular (Almadía), su novela más reciente.
No obstante, el narrador cuestiona la inercia de convertir a los criminales en celebridades y prefiere cultivar un true crime más cercano al análisis y a una reflexión que permita atender y atajar fenómenos como la violencia de género.
Gregorio Cárdenas siempre ha sido un personaje a modo para tu literatura, ¿por qué apenas lo abordas?
Es un tema muy complejo y creo que apenas ahora tengo las herramientas narrativas y conceptuales para tocarlo. Para mí lo más importante de La región crepuscular es el ángulo desde el cual se cuenta la historia de Gregorio Cárdenas. Me parece que ahora el true crime necesita tener un enfoque distinto al que había mantenido tradicionalmente y que era centrado en la figura del asesino. Mi propuesta es, además de reconstruir el caso y analizar todas sus posibles aristas, darle otro enfoque. Hoy creo, los documentales, libros o películas, tienen que cambiar, no puede seguir la narrativa que hace del asesino “una estrella”.
¿Crees que se terminó haciendo apología del crimen?
No sé si apología, porque tal vez no era algo de voluntad por parte de los realizadores, pero sí había una falta de perspectiva. El principal problema está en no ver todo lo que encierran estos casos. Hace muchos años en la Lagunilla había un puesto que vendía memorabilia de asesinos seriales, la mayoría son feminicidas; llegó un adolescente y tomó la estampita de Ted Bundy, que como sabemos fue un feminicida de los años setenta en Estados Unidos, muy sanguinario. Recuerdo que la tomó con alegría, como si fuera la cartita que le faltaba en el álbum del Mundial. La mayoría del true crime se limita a decir, pasó esto y esto. Por supuesto que los detalles llaman la atención y son parte del morbo, pero qué pasa con el contexto social, qué pasa con las víctimas, con los deudos, qué pasa con todo el entramado político, social. Me parece que eso debería cambiar. Hay que verlos como lo que son, personas crueles que matan mujeres y se aprovechan de la vulnerabilidad de maneras muy sádicas. Hay que estudiarlos y analizarlos a partir de libros o películas, pero para reflexionar sobre la violencia, no para tener un póster o playera de un feminicida.
Utilizas la figura de una periodista para entablar un diálogo con el presente, el cual también contribuye a hacer de esta una de tus novelas más políticas.
Sin duda. Como narrador quería intentar un true crime distinto a lo que yo mismo he consumido. No soy el único, ni mucho menos, hay otras personas que proponen una mirada diferente, pienso en Ximena Cuevas y su documental La Mataviejitas, donde también se enfoca en las víctimas e incluso en los falsos culpables. Celebro mucho este tipo de propuestas.
¿Qué reto te representó construir el personaje de la periodista?
Necesitaba tener un personaje femenino que hiciera contrapeso a la figura del asesino. Tampoco creo que haya que hacer un true crime obviando al criminal o al feminicida, porque eso tampoco resuelve nada, sino hacer un equilibrio. Una de las figuras centrales de la novela es por supuesto, Gregorio Cárdenas, pero el otro es una mujer periodista que me permite plantear una serie de reflexiones. Me supuso todo un reto intentar ponerme los zapatos de una mujer que está preocupada por los feminicidios y que además tiene una hija. Yo tengo una hija en la vida real, pero nunca podría hacer un personaje femenino como lo hace una mujer escritora. Sin embargo, quise intentarlo. Por otro lado, llevo varios años haciendo thriller y novela policíaca, solo que ya no me interesa hacerla de manera tradicional, es decir, donde una mujer es violentada para que un hombre se preocupe y sea el héroe de la trama. Esto me viene a mí por una cuestión realmente muy honesta, ya no me interesa narrar como narraba antes. Creo que los tiempos en los que vivimos implican para mí como narrador, una responsabilidad social.
¿En qué momento te das cuenta de esto?
Desde hace algunos años he reflexionado sobre esto. Hay muchas mujeres que están impulsando estos cambios, el MeToo y libros como Teoría King Kong, de Virginie Despentes, todo eso ha influido en que sienta la necesidad de cambiar mi narrativa. Si yo me tengo que desconstruir como persona, que lo he estado intentando también por otros motivos, me tengo que desconstruir como narrador.
¿A partir del personaje de la periodista qué tipo de tensión estableciste con el presente?
El personaje de la periodista me permitió reflexionar desde el presente qué pasa con la violencia machista. Sin duda, desde los años cuarenta hasta ahora, algunas cosas han cambiado, pero el caldo de factores sociales que fomentaron esa violencia sigue siendo el mismo. Por eso me parecía importante hablar del contexto de aquellos años, pero también de lo que sucede en el Estado de México, que es la entidad más violenta del país. Me parece importante tener todos estos elementos a la mano para poder reflexionar cómo se produce esta violencia.
Una dimensión desconocida, escribes sobre el Estado de México.
Sí, por las cosas que sabemos que pasan ahí y por su geografía que es muy particular. El abandono y el crecimiento exponencial que ha tenido lo han convertido en el lugar ideal para que germine el crimen y la violencia feminicida.
A través de tus libros hay una línea del tiempo del crimen y la violencia en la parte central del país, la capital. ¿Qué punto de inflexión representó el caso de Gregorio Cárdenas?
La aparición de Gregorio Cárdenas causó un impacto muy profundo en una sociedad que hasta entonces estaba acostumbrada a feminicidas como “el chalequero”, a finales del Porfiriato, un sujeto alcohólico que venía de las barriadas de un entorno marginal. La sociedad solía pensar que estos personajes estaban aislados. Por supuesto vino la violencia de la Revolución, pero fue muy particular. Más adelante, entramos en la modernidad y justo en ese momento aparece Gregorio Cárdenas, un estudiante de ciencias químicas de la UNAM, becado por Pemex, con auto y casa propia y que vive en un barrio de clase media que es Tacuba, en la calle de Mar del Norte. Su historia rompe todos los paradigmas y eso fue un shock brutal para la sociedad que comprendió de golpe que no había dejado atrás la violencia atávica de este país y que además el peligro estaba a la vuelta de la esquina. De las cuatro mujeres que mató Gregorio Cárdenas, tres eran trabajadoras sexuales pero la última, su última víctima, Graciela Arias era su compañera de escuela y una mujer también de clase media con un papá abogado muy importante. Además, la prensa, que ya había aprendido desde el chalequero que este tipo de noticias y encumbrar a estos personajes hacía que se vendieran más periódicos, aprovechó el caso de Gregorio Cárdenas.
¿Te imaginas el libro adaptado a una serie o película?
Sí, claro, creo que podría funcionar más como una serie porque tiene muchas tramas. En dado caso me gustaría que conservara la idea de pensar el true crime de diferente manera y que permita entender de dónde viene esta violencia y cómo podemos combatirla.
¿Qué conclusión sacas sobre el origen de la violencia en México?
La reflexión debe estar en el lector, pero sí te puedo comentar que es un cóctel de muchísimas cosas: desigualdad social, corrupción y desatención del Estado hacia la gente. Pero también es verdad que la violencia se da en los estratos más altos de la sociedad. Creo que es algo que tiene que ver con violencias asimiladas hacia la mujer que se han perpetuado a lo largo de las décadas. Abarcan desde el chiste aparentemente más inofensivo hasta la percepción de que una mujer puede ser violentada sin que haya consecuencias. Por desgracia es algo endémico, pero que puede y debe cambiar cada quien desde su trinchera.






