“No vale la pena sacrificar un afecto por escribir un libro”: Piedad Bonnett
La escritora colombiana publica ‘La mujer incierta’, un libro donde abre la puerta a la memoria y recupera algunos de los recuerdos que la han marcado.
- Redacción AN / HG

Por Héctor González
“Cuando abres la compuerta de la memoria empiezan a llegar cosas”, dice Piedad Bonnett (1941). Sin más este fue el método que uso para escribir La mujer incierta (Alfaguara), su libro más reciente y tal vez el más autobiográfico, junto con Lo que no tiene nombre, escrito a partir de la muerte de su hijo Daniel.
A sus 74 años, la escritora colombiana y ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, hace un recuento de daños y al hacer un balance reconoce en entrevista, “la literatura me salvó la vida, yo me podría haber suicidado”. A lo largo de las páginas habla de su infancia, sus padres -ambos vivos-, sus hijos, su vida en la academia y en la literatura, pero también sobre los cambios en la situación de la mujer.
En su relato no hay melodrama ni victimismo, todo lo contrario, lo hace de una manera transparente, casi sin adjetivos, aunque eso sí, con sentimiento y ánimo, mucho ánimo, de conocer más de la condición humana.
En la última parte de La mujer incierta habla de la honestidad en la literatura. ¿Cómo identifica cuando un libro es honesto?
Es un tema complejo, pero creo que un buen escritor siempre escribe con honestidad, así esté haciendo ficción o no ficción. La honestidad primero tiene que ver con la responsabilidad y el oficio. Es decir, una obra es honesta si no se agranda con cosas que no son necesarias, si hay investigación porque una novela también requiere investigar. Ya cuando es un libro de carácter autobiográfico como este, la honestidad va más lejos porque no solamente te exige eso, sino un pacto con la verdad porque todo lo que viertes en el libro es verdad. A veces esto se puede romper, pero no por deshonestidad, sino por un juego literario. Por ejemplo, Rosa Montero, en sus novelas siempre mete en medio de lo autobiográfico un elemento de ficción.
¿Qué tipo de pacto con la verdad estableció al escribir La mujer incierta?
El primer pacto con la verdad fue conmigo misma. No voy a contar lo que recuerdo mecánicamente de mi vida, sino que voy a investigar mi propia vida. Investigar no quiere decir llamar a mis hermanos o a alguien cercano a que me refrende datos, aquí se trata de la intensidad de los recuerdos. Elegí los recuerdos que en verdad han sido significativos en mi vida para transmitirlos al lector, pero con un sentido. Mi vida solo puede tener cierta importancia para alguien más, si dice algo sobre el momento histórico, sobre las emociones de los seres humanos, sobre lo que es ser mujer o ser colombiana.
Habla de los recuerdos, pero la memoria también es ficción y traicionera.
Claro, pero no se trata de corregir tus errores de memoria, porque la memoria así figurada también tiene sentido. Es decir, yo creo que a mi mamá no le parecía bonita, por ejemplo. Esa fue mi percepción durante toda mi infancia y adolescencia. Ahora mi mamá dice que no, y no voy a contradecirla porque a lo mejor mi percepción fue errónea, pero igualmente lo que es importante para mí es que yo tuve esa percepción. Un libro de no ficción no se pone a pensar en qué es verdad y qué no, sino en lo que, para mí, fue verdad.
El libro tiene una dimensión ética importante porque no expone y es muy respetuosa con algunos familiares. Cuando cuenta un episodio sobre lo que le sucedió a usted y a su hermana con un hombre que les pidió una dirección, por ejemplo.
Es que en eso sí lo tengo mucha claridad. No vale la pena sacrificar un afecto por escribir un libro. Primero está la vida y después la literatura. ¿Voy a pelearme con mi padre por algo que escribí sobre él? No es necesario mentir, pero sí omitir. Ahora bien, inevitablemente una se estrella con personas que sienten que no fui justa. Por primera vez en la vida me pasó que alguien se sintió ofendido.
¿Quién?
A una persona le pareció que estaba diciendo una mentira sobre alguien más. Lo que sucedió es que yo había recibido una versión de uno de ellos, pero además no pongo nombres. Le expliqué que la literatura no procede así. No le estoy haciendo mal a nadie, sino que estoy también creando hipótesis, por eso digo “me contaron”, “me dijeron”, “se supone” o “puede ser”, para no herir. De vez en cuando es posible que hagas una maldad deliberada. Aquí hay un personaje que fue compañero mío en la universidad, siempre fue un impostor. Desde hace mucho tiempo decidí incluirlo en todos mis libros, él no ve ni lee mis libros, pero no me importa quería delatar su crueldad con los estudiantes y mucha gente lo ha identificado. La literatura también sirve para eso.
Para tomar venganza.
También, pero sobre todo para denunciar a partir de cosas muy concretas. Hay tipos que llevan treinta años en la universidad y son acosadores. Ahí siguen y nadie se les enfrenta, entonces no es solo una cuestión de venganza, sino de mostrar lo podrido que está un lugar.
¿Espejear sus recuerdos con la situación de la mujer a lo largo de los últimos años fue algo premeditado?
Eso se dio solo. No escribí el libro para eso, iba a escribir sobre mí, sobre mi relación con mi cuerpo, la enfermedad, la ansiedad. Pero en el camino descubrí miles de cosas. Mientras hablaba de la momia Juanita, de las monjas, de mis tías, de las solteronas y la soltería, que hoy es otra cosa a lo que era entonces, caí en cuenta que necesitaba hablar del patriarcado y de lo violento que ha sido. Aun así, no me interesaba hacer un libro feminista. No soy militante a través de la literatura. Puedo ir a una manifestación, pero la literatura no me parece un instrumento propicio para eso porque te lleva a hacer simplificaciones.
Lo que usted hace es contrastarla porque en otra época algunas cosas que hoy son inadmisibles estaban normalizadas.
Claro y sobre eso a veces somos muy injustos. Por ejemplo, criticar a alguien porque a los dieciocho años estuvo en el ejército hitleriano, tal vez a ese muchacho lo llevaron a la fuerza o quizá creía en eso, pero decir que Günter Grass a los 80 años era nazi me parece una estupidez. Que un viejo le tocara la mano a una persona hace cincuenta años no era mal visto ni se sentía como una agresión. Desde luego, el MeToo replanteó muchas cosas, pero a veces también se cae en injusticias. Tenemos que llegar a un punto de equilibrio.
En relación con esto y a lo hace un momento apuntó sobre lo que no se dice para no afectar a otros. ¿Qué piensa del caso de Alice Munro?
Eso me ha impresionado muchísimo. ¿Sabes?, yo no estoy segura de que ella supiera que ese hombre estaba haciendo eso, y si así hubiera sido, desde luego fue una cobardía y una falla ética gigantesca, pero eso no quiere decir que dejemos de leer a Alice Munro. La vida de los escritores está llena de ignominias. Leemos a Céline, que era un simpatizante de los nazis; leemos a Quevedo, que era un cortesano. Wagner tenía simpatía por Hitler. Creo que la obra es una cosa y el sujeto otra. En la vida somos a veces muy incongruentes, pero eso no quiere decir que en la literatura también lo seamos.
Actualmente es muy difícil separar vida de obra.
Sí, pero también una cosa son los vivos y otra los muertos. Si ahora descubres que un novelista al que sigues simpatiza con Trump, me parece natural rechazarlo. No se trata de juzgar desde ahora lo que sucedió hace cien años. Podemos decir tal autor era un monstruo, pero creó esta obra linda.
¿Escribe diarios? ¿Se apoyó en textos de este tipo o en poemas para escribir La mujer incierta?
En absoluto. Pura memoria.
Confía mucho en su memoria entonces.
No, para nada. Olvídate. Lo que pasa es que aquello que te ha herido, se te queda para siempre. No tienes que hacer ningún esfuerzo para recordarlo. Con el libro descubrí que había olvidado muchas cosas y no me propuse traerlas de vuelta porque habría supuesto un esfuerzo desproporcionado. Cuando abres la compuerta de la memoria empiezan a llegar cosas.
¿Por qué intercaló textos sobre sus padres en el libro?
Dentro de esta historia no cabía que me pusiera a decir quiénes son en este momento mis padres. Mientras escribía el libro yo iba a verlos, ambos viven todavía. Pensaba que mi madre moriría durante la escritura y que tal vez podría incluir cómo murió, pero no fue así. Siempre que voy a verlos regreso muy conmovida y apaleada. Mi mamá no es una persona que parezca muerta en vida, tiene una sonrisa, saluda, pero la demencia senil la dejó sin lenguaje. Mi papá es un hombre muy estoico. En medio de la ceguera, la sordera y la inmovilidad, es una persona que sobrevive, pero con gran interés, él mismo está volcado a la memoria. Se acuesta y lo que hace es recordar. En principio este es un libro sobre y a partir del cuerpo: la adolescente que fui, la mujer que soy y mi propio envejecimiento.
¿Qué edad tienen sus padres?
Mi papá 98 y mi mamá 102, este año cumplirá 103. Tener unos padres viejitos es un privilegio, pero también tan doloroso. Y hacia allá vamos como humanidad porque cada vez vivimos más. Vamos a tener montones de viejos a los que después arrumban en unos hogares asépticos. La vejez es un tema muy importante, ¿cómo la estamos tratando? Durante la pandemia los médicos dejaron morir a cientos de ancianos. Es un tema que me toca el corazón y por eso decidí insertarlo, casi como una despedida poética.
Regularmente pensamos que nuestros padres se irán antes que nosotros y no los hijos, sin embargo, sus padres tienen una vida larga y su hijo murió joven, vaya paradoja.
En la escena final de Lo que no tiene nombre, voy paseando con mi mamá mientras pienso en que cada uno muere en un momento diferente. La vida es eso. Nadie te garantiza la vejez. Para ellos fue terrible perder a su único nieto. Fíjate que en el fondo todo se enlaza. Si lees Lo que no tiene nombre y lees este libro configuras todo un cuadro, sobre esos abuelos que perdieron a su nieto.
¿Qué certeza le dejó la escritura de La mujer incierta?
Que la literatura me salvó la vida. Yo me podría haber suicidado, sufrí mucho.
¿Tuvo pensamientos suicidas?
Sí, lo pensé muchas veces, sobre todo durante mi depresión de ocho meses. Iba en mi automóvil y pensaba que bastaba girar a para caer al río y listo. Entonces tenía dos hijas, Daniel todavía no nacía. Pero la literatura siempre me dio la fortaleza. Además, es la historia de miles de escritores y de artistas, al mismo Daniel le pasó.
¿Qué le han comentado sus hijas del libro?
Una dice poco, podría no decir nada, es más como su padre. La otra, es más como yo, tiene más sensibilidad para el arte, podría haber sido escritora, pero es directora de Radio Ambulante. Ella me hizo incluso observaciones de corte literario. Pero, creo que este libro está más pensado en mis nietos. Quería que tuvieran un retrato de quién fue su abuela y supieran cómo fue que rompió con ciertas cosas y cómo hubo otras que ya no pudo romper.







