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“Me gusta que la literatura traicione a la expectativa”: Tamara Tenenbaum

La escritora argentina se adentra en la vida de una compañía teatral para hablar del poder en las relaciones, en su nueva novela ‘La última actriz’.

  • Redacción AN / HG
20 Nov, 2024 13:31
“Me gusta que la literatura traicione a la expectativa”: Tamara Tenenbaum

Por Héctor González

Las relaciones humanas son la materia prima de la literatura de Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 1989). El fin del amor y Nadie vive tan cerca de nadie, han llamado la atención de sus lectores por sus perspectivas fuera de la norma, tono en el que se inscribe La última actriz (Seix Barral), su nueva novela.

A través de las historias de Sabrina y Jana, Tenenbaum explora las relaciones de poder que circulan alrededor de una pareja. “Me gusta descubrir cómo uno se puede reconocer en sentimientos tan indignos como la envidia o los celos”, reconoce la escritora.

Fiel a su línea de no ser complaciente, admite que, si bien no puede alejarse del conflicto entre Israel y Palestina, siempre se coloca en una posición incómoda. “Los ultras de ambos lados me critican, cosa que tampoco me sorprende porque eso ya viene dado con ser una mujer pública judía”.

Tengo la impresión de que La última actriz es una novela tiene su punto de partida en tu relación con el teatro.

Hay poca literatura sobre el teatro, no entiendo por qué. Gracias al teatro he podido entender la vida de las actrices. Me parece que es un trabajo difícil y de mucha exigencia. Tú y yo tal vez vamos a una entrevista laboral una o dos veces al año. Las actrices van a castings todas las semanas, se exponen a que las miren y las examinen. Incluso eso les pasa a las más famosas. Encima de eso, después de un día de fracasos o negativas si están en el teatro deben subir al escenario con una sonrisa. Es durísimo. Si un día te separas de tu novia o estás enfermo, puedes llamar al trabajo y faltar, ellas casi nunca pueden hacer eso. Por supuesto puede ser peor cargar bolsas en el puerto, pero es una vida extraña porque al mismo tiempo es bastante familiar.

Es verdad, aunque la competencia y el miedo al rechazo es algo muy contemporáneo.

Es verdad, nos sentimos evaluados constantemente y pese a eso nos exigen una sonrisa todo el tiempo. Me interesan esas subjetividades que hace veinte años no había, me gustan los mundos muy detallados y abigarrados; reconstruir una atmósfera en la que el lector pueda adentrarse. En este caso quería entender y mostrar cómo funciona una compañía de teatro, pero también la academia. En general me interesa tratar de entender las jerarquías en los juegos de poder, pero en un nivel micro. En mis libros me gusta armar relaciones entre personajes y llenarlas de disputas de poder pequeñísimas, y desde ahí construir la belleza y la miseria, descubrir cómo uno se puede reconocer en sentimientos tan indignos como la envidia o los celos.

La historia se construye alrededor de dos protagonistas, pero cada una en distinta época, a partir de ahí descubres sus relaciones, pero dentro de una estructura paralela. ¿Esta es tu novela más clásica?

Me di cuenta de eso cuando empecé a pensar en la estructura. Me parecía divertido explorar ciertos temas a través de dos historias contadas en paralelo. Sabrina, la investigadora, está enamorada de su director de tesis; y Jana, de su director de teatro, pero en los sesenta lo cual la obliga a vivir su amor de una manera más recatada. En ambos casos tenemos relaciones marcadas por el poder, pero por un poder muy limitado porque tanto un director de tesis como un director de teatro ganan dos pesos, eso me divierte porque el poder es algo muy contextual, no tienen que ser Bill Clinton y Monica Lewinsky. Me interesaba explorar los vínculos de una mujer joven con un hombre poderoso, pero no desde la denuncia ni de la cancelación, sino desde la decepción de lo prosaico que termina siendo. La realidad nunca está a la altura de la fantasía porque al final, el profesor que te seduce es un tipo más que no lava los platos. A veces lo que armamos alrededor de las cancelaciones o la violencia, termina revistiendo de magia a vínculos que en realidad son reprosaicos.

La novela transcurre también con el trasfondo de un atentado terrorista, ¿te preocupaba cómo sería vista tu novela en el contexto del conflicto actual?

Para mí fue muy intenso, escribí esta novela antes de la guerra. Todo mundo sabe que soy una persona judía, pero no muy tradicional. Desde luego, el 7 de octubre cambió muchas cosas, pero esto viene de mucho antes. Cuando hablo de los judíos tengo en mente el conflicto con los palestinos, quienes por supuesto merecen tener un Estado. En el libro esto está presente, solo que de una manera muy sutil. Igual mi posición siempre es muy incómoda, en el sentido de que soy crítica con decisiones del estado de Israel, y eso me ubica en una minoría, pero al mismo tiempo quienes son antijudíos no me ven con buenos ojos. El judaísmo que me interesa es humanista; relacionado con la mezcla y no con la pureza; no permite atrocidades en su nombre, ni la discriminación ni la violencia contra otros pueblos. La novela habla todo el tiempo de eso.

¿Cómo ha sido la respuesta a la novela?

Hasta ahora buena, pero los ultras de ambos lados me critican, cosa que tampoco me sorprende porque eso ya viene dado con ser una mujer pública judía. Una ya sabe que se va a comer mucha violencia de cualquier parte.

A pesar de que tu padre murió en un atentado terrorista…

Mucha gente piensa que eso me debería llevar a tener una posición antipalestina, pero no coincido con eso. Cada uno procesa las cosas de una manera muy distinta. Yo solo hablo por mí, no por mis hermanas ni por mi mamá, ni por otras víctimas. Desde luego entiendo el dolor y la tragedia a las personas que han perdido gente por un atentado terrorista, pero también entiendo a quienes han perdido familia en la franja de Gaza.

¿Por eso en tu literatura no hay un regodeo alrededor de la figura de la víctima?

Nunca me he sentido cómoda con ciertos regodeos culturales alrededor de la figura de la víctima. No creo que tener una posición más autorizada que cualquier otra persona para hablar de nada. Ni del 7 de octubre, ni del terrorismo, ni de nada. Ni por ser mujer puedo hablar más de feminismo. No me gustan esas posiciones en las cuales la voz de la víctima se ve elevada a no sé bien qué jerarquía. En esta novela la tragedia entra por una ventana que no tiene que ver con nada. Nuestras relaciones con la tragedia y con la muerte son muy extrañas, no solo están rodeadas de lo trágico o lo dramático, muchas veces tienen que ver con la casualidad, el humor y la liviandad.

 ¿Qué te aporta esta perspectiva?

Una ventana para explorar otras relaciones con lo trágico que no son las esperadas. Me interesa la literatura como una traición permanente a lo que se espera del mundo y a lo que se espera de las personas. Me gusta que la literatura traicione a la expectativa. Ricardo Piglia decía que el germen del cuento está en un tipo va al casino, gana y se suicida. Ahí hay literatura porque sucede lo inesperado.

¿Sabías como iba a terminar la novela?

En este caso sí, la escena del final la tenía pensada casi desde el principio. Era lo que más me interesaba. No sabía en cambio, cómo empezar, me preocupaba desarrollar la historia de tal modo que el final fuera inesperado.

 

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