‘En agosto nos vemos’ y el efecto García Márquez (Reseña)
Ana Magdalena Bach, la protagonista de la novela inédita del Nobel colombiano, tiene atisbos de los grandes personajes femeninos creados por el escritor
- Redacción AN / HG

Apenas se anunció el año pasado, la existencia y publicación en 2014 de En agosto nos vemos, la novela póstuma de Gabriel García Márquez (1927-2014), se convirtió en uno de los títulos más esperados del año. “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”, dijo el Nobel colombiano sobre esta la novela, no obstante al igual que lo sucedido con Nabokov, una cosa es lo que el autor desea y otra lo que los herederos disponen.
“En un acto de traición, decidimos anteponer el placer de sus lectores a todas las demás consideraciones. Si ellos lo celebran, es posible que Gabo nos perdone. En eso confiamos”, advierten en la presentación de la obra sus hijos Rodrigo y Gonzalo García Barcha. Es probable que este último acto de rebeldía hacia su padre recibiera un último empujón monetario, pero no hablemos de dinero que no lo es todo, es tan solo vanidad, diría Luis Alcaraz.
¿Por qué publicar una novela menor de uno de los escritores más queridos del siglo XX, incluso contra su voluntad? Sus seguidores incondicionales e investigadores seguramente dirán que la obra tiene un valor intrínseco por ser de quien es y que hay que agradecer un último e inesperado trozo del talento de su autor. Otros lectores más críticos, tal vez piensen que no era necesario, ¿para qué publicar una obra inacabada de quien escribió los inmensos El amor en los tiempos del cólera o Cien años de soledad?
Indulgencia
La historia tiene como protagonista a “Ana Magdalena Bach”, una mujer madura que toma un transbordador para llegar a la isla donde está sepultada su madre. Cada tanto hace el mismo rito: se registra en el hotel habitual, compra un ramo de gladiolos, pasa la tarde en el cementerio y, al día siguiente, regresa a casa con su familia. Así sucede hasta que un día tiene relaciones sexuales con un desconocido que por si fuera poco tiene un último gesto que la desconcierta. A partir de entonces, su rutina cambia y se trastoca la estabilidad que hasta entonces tenía.
Uno de los temas de García Márquez siempre fue el amor y aquí lo muestra en su etapa adulta o de envejecimiento, algo que ya habíamos visto en Memoria de mis putas tristes, título que por cierto en su momento fue señalado como misógino. Más que respuestas, el escritor apunta a la debilidades y contradicciones del ser humano, y en esta ocasión lo hace por medio de una mujer echada para adelante y que tiene atisbos del carácter de “Úrsula Iguarán” o “Fermina Daza”, mujeres inolvidables para los lectores del colombiano. A lo largo de la lectura vemos a un autor con un pie en el pasado y el otro en un presente que no termina por entender. Se extrañan las grandes frases a las que nos acostumbró y en cambio, tenemos algunas imágenes anacrónicas y que difícilmente se le permitirían hoy a un narrador novel.
Cristóbal Pera fue el editor que acompañó al autor en la edición de este libro durante la primera década del siglo XXI. Su testimonio es el colofón de un título al que no hay que exigirle demasiado, al contrario, y quizá por el cariño que se le tiene al escritor, merece indulgencia.
Gabriel García Márquez. En agosto nos vemos. Diana 125 pp.






