Claroscuros de un presidente que prometió demasiado | David Ordaz
Andrés Manuel López Obrador será recordado como el presidente de buenas intenciones que lo intentó pero no pudo por hablar de más.
- David Ordaz

Por: David Ordaz
La historia de México cambió. Algunos dirán que para bien, otros que para mal. Un sexenio vasto para reescribir un capítulo que nos tiene en un país de buenos y malos, de chairos y derechairos, del estás conmigo o estás contra mí. Hoy solo hay blancos y negros, no hay lugar para los grises.
En unas horas, Andrés Manuel López Obrador dejará la presidencia y se lleva consigo una gran parte de la sociedad agradecida, orgullosa, satisfecha y con expectativas muy altas sobre un movimiento que aseguran, fue transformador, que les cambió la vida y que superó con creces las promesas vistas y escuchadas en todas las plazas públicas del país, al menos los últimos 20 años.
En unas horas, Andrés Manuel López Obrador dejará la presidencia pero también se lleva a cuestas a una gran parte de la sociedad odiándolo, polarizados, frustrados e impotentes de no saber que esperar los próximos seis años. Hay quien quiere irse del país y otros se resignan a soportar lo que aseguran será la perdición de la Nación.
No cabe duda que López Obrador es el fenómeno político más extraordinario en los últimos 30 años. Su capacidad de usar la política y capitalizarla, a veces a través de la victimización, de la narrativa del bien y el mal y muchas otras a través de recorrer todo el país acercándose a una sociedad olvidada por décadas, queda de manifiesto en crear el movimiento gobernante-partidista más poderoso del país, que de seguir así, podría permanecer a un largo plazo.
Su hoja de vida no es más increíble que cualquier otra. Llegó de movimientos sociales al igual que cientos de personajes de izquierda, sin embargo, él supo sacarle el provecho necesario.
Claro que ha tenido aciertos, sin embargo, en momentos clave su imagen se impulso gracias a errores garrafales de políticos y expresidentes fracasados que hoy forman una oposición cada vez más disminuida y prácticamente pulverizada por su soberbia estupidez.
A unas horas de dejar Palacio Nacional, la narrativa oficial vende la idea de que se va el mejor presidente que ha tenido México. Nada más falso. Tan mal están aquellos que lo ven como Madero, Juárez o Cárdenas, como aquellos que lo ven como Santa Anna, Díaz o Huerta.
Todos los presidentes dejan cosas buenas y cosas malas. La virtud de este radica en la congruencia narrativa del bienestar de la gente. El fenómeno de los programas sociales y la creación de empleo sacó de la pobreza a una tercera parte del país. Terminó con el mito del salario mínimo y desarrolló obras como quizá no había ocurrido en los últimos 4 sexenios.
Sin duda el mayor problema está en su enorme boca, pues, prometió tanto por tantos años, que todos conocíamos que quería hacer pero jamás dijo como. Lo único que alcanzó a vislumbrar fue que todo cambiaría en México cuando terminara la corrupción y eso sería cuando el llegara a la presidencia. No solo no fue así. Su sexenio termina con señalamientos e investigaciones de corrupción de su familia, colaboradores y uniendo en sus filas a la peor mafia del poder que ha habido en el país.
Su enorme boca daño a millones y costó vidas ante la llegada de una pandemia, su enorme boca deja fuertes sospechas de vínculos con poderes fácticos y criminales. En muchas ocasiones, su enorme boca no supo controlar esa gran caja de resonancia llamada ‘la mañanera’, donde se gobernó a través de un micrófono pero abriendo frentes con propios y extraños, a nivel interno y hasta en el extranjero.
Fiel a su estilo y bajo el argumento de que el pueblo está más politizado, lo único que hizo fue alimentar la polarización.
Desde la oposición se sigue recordando aquella frase de “al diablo con sus instituciones” y se lo confirman ellos mismos al ver pasar reformas que parecen más un acto de resentimiento y venganza, que una ley bien pensada e intencionada, solo porque alguien no se levantó a aplaudirle un 5 de febrero.
Andrés Manuel López Obrador será recordado como el presidente de buenas intenciones que lo intentó pero no pudo por hablar de más.
Recordando aquel discurso: “diputadas y diputados, con sinceridad les digo que no espero de ustedes una votación mayoritaria en contra del desafuero. No soy ingenuo. Ustedes ya recibieron la orden de los jefes de sus partidos y van a actuar por consigna, aunque se hagan llamar representantes populares (…) Ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta que a ustedes y a mí, nos juzgue la historia”.
NOTA FINAL. Seguramente quedará en estudios del análisis político, la forma en que Andrés Manuel López Obrador condujo la sucesión presidencial. Es sin duda la operación político-gubernamental más efectiva vista en años y que posiblemente pasen décadas para igualarlo.
